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Confesiones/crónicas de un internauta asombrado.

4. abril 2012 06:03
by Gunner
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Mío-Tango.

4. abril 2012 06:03 by Gunner | 0 Comentarios

Acabo de cenar algo ligero, mis apreciados lectores, un sabroso sándwich de cabecero de lomo con finas lonchas de exquisito queso curado y toques de tomate frito en aceite de oliva, todo ello regado con una copa de buen Ribera del Duero. Emiten en Paramount Channel Vacaciones en Roma, con Gregory Peck y Audrey Hepburn y escribo estas notas justo en el momento en que bailan abrazados, rozando mejilla con mejilla, frente al Castel Sant’ Angelo. Y precisamente de eso voy a hablarles, de baile.

Esta noche he mirado indeciso el teclado de mi portátil, dudando temeroso si enfrentarme a él. Recuerdo las palabras que escuché hace unos días en boca de una exótica Dama de regio nombre, mientras tomaba, junto a unos compañeros de clase, copas en el Anima. Ella, reclinada a modo de Maja vestida en el sofá de uno de los patios interiores del local, nosotros rodeándola a modo de fieles cortesanos. Me sugería que escribiese qué siento al bailar y no he encontrado otro momento para hacerlo que esta noche en la que el insomnio amenaza con pasarme factura de nuevo otra vez.

Muchas veces lloro pensando en el abrazo perdido, ese abrazo que calma todas las ansiedades que atenazan el corazón del hombre.

Pocas veces he vuelto a sentir la misma sensación, y aunque rara vez ocurre a lo largo de una milonga, cuando sucede compensa todo el esfuerzo que supone enfrentarse al reto de desenvolverse en una pista de baile llena hasta los topes de bailarines que pugnan por el reducido espacio en constante cambio del que se dispone para disfrutar del cercano y cálido abrazo de una Dama.

Bailar en una pista atestada es como intentar conducir en un monumental atasco justo a la altura de un cruce de avenidas, en el que las luces que regulan el tráfico están tan apagadas y/o locas como las luces, que más que iluminar, empenumbran la pista de baile, y en la que cada uno de los conductores busca la manera de sortear el tráfico sin tropezar con, ni arañar las satinadas medias negras alzadas sobre espigados zapatos de tacón de visten las elegantes Damas que pululan por la pista. Poco a poco, y merced a las técnicas que a base de sudor y tesón nuestros sabios maestros consiguen inculcarnos repetitivamente en el subconsciente, vamos aprendiendo a salir exitosos de tales embrollos.

Sin embargo a veces surge un milagro. Tal y como acontece en algunas películas en determinado momento y con la persona adecuada, parece que súbitamente el escenario se vacía y las personas, que momentos antes lo saturaban, desaparecen, dando la sensación de que estáis solos tu y esa única mujer, sumergidos en un baño de dulce sonoridad, y más aún, gracias a la cercanía y la calidez del abrazo, durante los apenas tres minutos que dura un Tango, se convierte en la mujer con la que acompasadamente haces el amor.

Puedo contar con los dedos de una mano las veces que me ha ocurrido, pero créanme compensa…

Esta noche me ha sucedido. Me sucedió, muy a mi pesar, también el jueves pasado, ella me dijo al oído "No estoy bailando bien". Yo la estreché con aún más delicadeza y respondí  "¿Sabes una cosa? Me da igual como bailes, solo quiero abrazarte. Relájate, diviértete".

Después, te marchas a casa, conduciendo solitario y adivinando el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando tu retorno…, y... ¿quien sabe? Puede que otra noche, al ritmo de otro Tango, y en los brazos de otra mujer... ¿de quien serán esos otros brazos?

Un saludo, Damas y Caballeros!!!

Wink

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