- La señorita Gardner me ha dicho que la espere en el jardín, Mr. Huges.
- Gracias Minnie, no hace falta que me acompañes, conozco el camino.
Eché una rápida mirada atrás hacia la plazuela que daba acceso al portal de la mansión. Había dejado mi flamante Lincoln Zephyr descapotable blanco-azulado justo en medio de la rotonda, bloqueando el paso.
- Bah, ya lo quitará el servicio, si molesta. – Pensé.
Llegué apresurado, por culpa de mi habitual impuntualidad, siempre apuraba hasta el último minuto cuando algo merecía la pena. Luego, todo prisas.
En la oscuridad, a la izquierda, bordeando la fachada sur de la mansión, bajando una amplia escalinata de mármol cubierto por un entramado tupido de enredadera de madreselva trabada sobre la pérgola que la cubre, luego derecha. Justo al frente, el jardín junto a la piscina. Allí estaba ella, nadando como una sirena, enfundada en un bañador negro ajustado que apenas dejaba a la imaginación algo más que un placentero tormento. Diez, quince, veinte, treinta, cincuenta metros, solitaria, incansable, con ese estilo que Esther inculca a todas sus alumnas y compañeras del estudio. Observo, como buen piloto, la dirección y velocidad a la que nada, y previendo el punto de contacto con el borde de la piscina, corro a situarme a frente a ella.
- Aquí me tienes Ava. No pretenderás dejarme aquí esperando mucho tiempo ¿verdad?
- El mismo que tú me has hecho esperar, Howard. – Me dice, mirándome a los ojos y sonriendo con cariñosa ironía.
Unas brazadas más y se encarama ágilmente a la escalinata del centro de la piscina.
- ¡Por los santos apóstoles!, ¿como es posible que Dios haya creado semejante hembra? – Me dije impresionado, intentando poner cara de absoluta normalidad ante tamaño espectáculo de la naturaleza.
Mientras se acercaba pausadamente hacia mi observe la sinuosa forma de sus caderas y ese ligero vaivén con que se contoneaba haciendo aún mas rotundas sus formas. Llevaba puesto un gorro de baño blanco con estrías y volutas en forma de pequeñas escamas. Abriendo levemente el gorro e inclinando sutilmente el cuello introdujo la otra mano por la abertura y de un tirón se lo quitó.
- No entiendo esa extraña necesidad y capacidad de algunas mujeres para nadar sin mojarse el pelo.
Apenas si le quedaban algunas gotas, pero al agitar la cabeza para sacudírselas allí de pie sobre el césped a contraluz del tenuemente iluminado jardín, me dio la misma impresión que el gradual estallido de unos fuegos artificiales, con cientos de estrellas volando lentamente antes de perderse en la oscuridad de la noche.
En el viejo radio fonógrafo RCA Víctor 59AV1 situado junto a la caseta de la piscina donde se estaba cambiando de ropa sonaba de fondo "Prelude of a Kiss" de Duke Ellington, no podía haber sido una pieza mejor ni más oportuna dadas las circunstancias que se me antojaba iban a suceder.
Mientras esperaba verla asomar de nuevo, escuchaba "Sophisticated Lady" - ¿Casualidad? - No creo, ella lo estudiaba todo demasiado bien.
Allí estaba, haciendo otra de sus apariciones estelares. Un vestido azul claro de finas rayas oscuras. Algodón y lino, ceñido y que dejaba su sexy espalda al aire. Carmín rojo intenso y dos pequeños pendientes de brillantes, a juego con la pedrería que adornaba las tiras de sus negros zapatos de tacón.
- ¿Qué tal tu último vuelo, Mon Chérie? – Me dijo alargando la mano derecha.
Le tomé con suavidad la mano y se la besé, pero al intentar besarla además en la mejilla, me volvió la cara de forma displicente, evitándome con desdén.
- Muy bien, los ingenieros han hecho un gran trabajo aligerando y alisando la estructura. Algunas fugas de fluido, y ese molesto olor a aceite que no he conseguido eliminar de las manos, pero el resto, todo un éxito.
- No quiero competir contra un maquina… - Añadió, dejando el resto de la frase en el aire.
- Sabes que nunca dejaré de volar.
- Y yo nunca dejaré de amar.
Mientras suena "Warm Valley" la tomo de la mano y la llevo a la habitación contigua, un salón pequeño con grandes espejos donde celebra algunas fiestas y la invito a bailar. Nos miramos fijamente y mientras nos sonreímos la cerco delicadamente por la cintura, brazo izquierdo en alto, y justo en el acorde adecuado, apertura lateral, armónico avance hasta casi alcanzar el rosal blanco que decora el fondo de la salita y nos dejamos llevar por el fluir de la música.
- Una auténtica pena, justo el rac, rac, rac que indica el final del disco. - Nos interrumpió cuando el extasis estaba a punto de seducirnos.
Salimos de nuevo fuera a tomar el aire y nos servimos un par de copas de Ron en la celosía de jazmines de la mesita junto al estanque.
- Lei lo de tu aventura con el… como se dice... toreador… Dominguín, no?
- Maldito espaniard… puro orgullo y presunción.
- Responde. ¿Ocurrió? ¿Mentía la prensa?
- No tienes derecho a preguntar. Tu que me has engañado.
- Había, querida, había… vuelvo a ser libre… he pensado en ti… he terminado con el pasado…
A indicación de Ava, Charly, el joven mozo de color que discretamente esperaba a unos metros, nos puso sobre la mesa unos canapés. Galletitas de canela y un pequeño cuenco del mejor caviar que podía adquirirse pese al racionamiento. Observé las comisuras de sus labios mientras masticaba deseando que volviesen a manchar el cuello de mis camisas.
- ¿Que clase de vida pretendes ofrecerme?…
Se levantó de nuevo y se acercó al fonógrafo. Por un momento dudó si cambiar de disco, pero finalmente optó por darle la vuelta, poner la otra cara y terminar de escucharlo.
- Duke de nuevo… ¿Bailas? – Dije.
- No, – Tajante - aclárame antes que paso con ellas…
- No dejaba de pensar en ti, solo estaba con ellas para... olvidarte.
- Y ¡como se lo han tomado?…
- Ya sabes, se hacer las cosas ó al menos lo intento.
- ¿Como conmigo?… Nuestra despedida fue muy…
Se rió descaradamente, casi con un cierto punto de locura diría, y luego me miró con franca indignación…
|