"¿Hubieses vuelto, esta vez conmigo?" - Al escucharme noté un claro cambio en su expresión. Dejó de mirarme directamente y apartó su mirada girando ligeramente su cara a la izquierda. Con claridad percibí como evitaba el contacto directo de nuestros ojos - sus bonitos ojos marrones -, agrió la expresión, y… pensativa, - entiendo que sopesando las consecuencias de su respuesta -, respondió con perfecta ambigüedad: “¡No lo se, Angel. No lo se!”. Un capotazo en toda regla. Creo que quiso decirme, sin decirlo, que quizá, en ese momento, la pregunta carecía de sentido.
En cambio a otra dama, exótica y risueña como ella misma, amiga mía y como consecuencia, también suya, le faltó tiempo para decirme “Si lo hubiese sabido, me habría apuntado contigo sin pensarlo”.
La cara y la cruz de mi relación con el sexo débil. (¿Débil?… ¿Alguien de verdad se lo cree?)
Pues sí, mis queridos lectores, algunos ya de tiempos inmemoriales, Egipto ha sido el destino elegido para mi último periplo.
Pasen y lean mi particular visión del viaje.
Aún me rio, recordando la afirmación de uno de mis amigos, cuando, mientras cenaba con él y su esposa, al contarle mis intenciones de viajar allí, dijo: “¿Allí?… Bah. Si, yo también estuve, y la verdad, no me gustó tanto… los egipcios no fueron nadie...”. Imagínense la risotada, contenida, que solté. Creo que desde ese momento dejé creer confiar casi ciegamente, como lo hacía hasta la fecha, en lo acertado de sus criterios… ¿Puede una persona, que se vanagloria de “culta”, decir semejante sandez?
Llorar no siempre es motivado por o a causa de una pena, lo que si es cierto, es que se trata de la expresión última, y esencia líquida de los sentimientos más puros que el alma del hombre pueda expresar. Y créanme, he llorado, no a lágrima viva, pero he llorado. Contenidamente, para no dar la nota, incluso para mis adentros, pero la emoción, las vivencias, el dejarme asombrar por el espectáculo, y la sensación del “sueño cumplido” han estado allí y me han acompañado; desde el minuto uno, cuando, tras dejar el hotel de llegada en Luxor, arribamos al primer monumento egipcio que visitamos.
Me he bañado en las claras, cálidas y purificadoras aguas del Nilo. En el Nilo – un Nilo de película, el río de la vida -, el sol no se pone, se desploma – qué pena… la última parte de esta frase, verdad rotunda, no es mía. Se la he pedido prestada a nuestro guía -. He temido las peligrosas mandíbulas de los cocodrilos, llegando a rozar uno con mis manos. He visitado un poblado Nubio real – particular casta endogámica del país, altiva, de piel aterciopelada, tez oscura y rasgos marcadamente angulosos. Nada de pastilla azul, directamente la roja. La que te lleva al mundo que se oculta detrás de Matrix, y te enseña como es la vida tras las cortinas del turismeo -. He montado en camello, cabalgando al borde de las crestas de las dunas, a merced de su oscilante y lento caminar, y de los peligrosos arbustos, con espinas largas y afiladas como cuchillos, que las rodeaban. He bailado ataviado como un jeque, al ritmo de música árabe, en una fiesta donde la luz tenue nos hacía confundir razas, orígenes y clase social.
He paseado de noche por las caóticas calles egipcias de El Cairo, donde hemos visitado sus zocos, hervidero sonoro y visual de ajetreada vida nocturna, de sabores a caña de azúcar, y de olores a especias, esencias, y otros no tan agradables. Por supuesto he sudado, como nunca - el tórrido calor del sur de Andalucía apenas sirve de entrenamiento -, como si ríos de caudaloso sudor brotasen de los poros de mi piel.
Pero sin desmerecer nada de lo que acabo de relatar en el párrafo anterior: ¿Saben que se siente al notar el tacto de la piedra milenaria, finamente tallada, del templo de la reina Hatshepsut, al comprobar la magnitud de las columnas del templo de Karnak, ó al admirar el amanecer viendo cómo el sol aparece al fondo de la estrecha entrada del templo de Abú Simbel, donde, al pie de sus inmensas estatuas, levantas la vista hacia arriba y te impresionas por su mirada amenazante?
¡Penetrar en los estrechos, angostos y claustrofóbicos pasajes de acceso a la Cámara Real de la pirámide de Keops! Si no sienten su corazón encogerse ante tal espectáculo, es que sin duda no tienen corazón.
Ver paredes cubiertas de jeroglíficos, exquisitamente esculpidos, sugiriendo - casi gritándote con voz de piedra caliza - escenas cargadas de narraciones, de rituales, de contenido y mensajes para la “Historia”; Cartuchos y más cartuchos con nombres, con relatos indescifrables, y pictogramas tan crípticos como hermosos… no tiene precio.
Escenas de batallas, escenas de la vida cotidiana, enseñanzas para las generaciones futuras, leyendas de la creación del mundo, de los mitos, de sus dioses... de la forja de su poder.
Ver su lado oscuro también. La violencia de sus batallas, el despiadado trato a sus enemigos. La dura, piedra martilleada, arañada y violentada, agrietada, para arrancar de su paredes aquellos nombres y rostros que sus faraones querían hacer desaparecer de la historia, de su historia – ¡Qué profundo rencor el de sus soberanos!... En eso apenas hemos avanzado. Seguimos haciéndolo en la actualidad, sin darnos cuenta que olvidar la historia, es estar condenados a repetirla -.
Creo… - juro -, no haber repetido... nunca..., tantas veces..., y con tanta sinceridad, la palabra “Impresionante”.
Ahora, aquí, en esta mesa del aeropuerto, a punto de tomar el avión que me llevará de vuelta a la rutina, recuerdo dos cosas: Al mirar una de las paredes del templo de Horus, cubiertas de jeroglíficos, pensé, con el corazón desbordado - “¡Podría pasarme una vida entera admirando su belleza, estudiando su significado, pensando en el mimo con que el artesano que los cinceló! -. En segundo lugar, y mientras paseaba en calesa uno de los últimos días, sorteando el caos de tráfico y personas por las calles de Asuán, oliendo su espesa mezcla de polvo, humanidad y desorden, mi compañero me dijo: “Yo sería incapaz de acostumbrarme a vivir aquí. ¿Y vos?”. Le respondí casi inmediatamente: “Yo... me quedaría a vivir aquí. Tardaría algunos meses en acostumbrarme, pero el hombre se adapta, aprende, y lo que este país ofrece…”. Dejé adrede la frase sin acabar, con la esperanza de que él - y ahora ustedes - intuyesen su segunda parte.
… ¡Lo que da de si una aventura en el aeropuerto!… Un gentil gesto mío, frente a la plaga del overbooking. El aplauso de los viajeros agradecidos, al que sacrifica parte de su tiempo para que los demás puedan seguir su camino… Tiempo para pensar y escribir…
¿Qué? Viajar - y en especial conmigo - le da a los sueños, a las emociones, y a todo una dimensión única. Lo pudieron comprobar mis camaradas de viaje. Compañeros de aquí y de allá, queridos ya por mí y que me han querido, con los que compartí, risas, calor, confidencias, y belleza… tanta belleza como la que el embrujo de oriente nos ha hecho disfrutar.
Un saludo Damas y Caballeros!!!
P.d.: Eterno agradecimiento a ell@s, mis compañer@s de viaje; compartimos felizmente esta nueva aventura/viaje, y a Mohamed, Mena, Goma y Aiman, nuestros guías. Llorar de felicidad, no es baladí. Llena el corazón, y la vida... de vida. Fotografía cortesía de Jandro. Y como siempre, votos (abajo, pulsando sobre las estrellitas) y comentarios pulsando en el enlace a la izquierda del título, gracias.