Uno de los inconvenientes, por culpa de un fallo completo de sistemas, de pasar el día de tu cumpleaños y el subsiguiente fin de semana, pinchado, en el trabajo, con un estrés de campeonato, hasta altas horas de la madrugada, obligado a realizar una compleja recuperación total de desastres, para que el lunes todo el mundo pudiese volver a realizar sus monótonas, pesadas y aburridas labores como si nada hubiese pasado, es que, en ausencia de incentivos salariales, al menos lo han agradecido concediéndome unos días de libre disposición. Tenía que gastarlos o los perdía. No quería emplearlos a la manera convencional, así que me dije: "Roma", mis esporádicos pero fieles lectores.
Pero ¿por qué Roma? ¿Por qué la Ciudad Eterna? A veces me cuesta muuucho decidir, pero esta decisión fue rápida, como un flechazo, como amor a primera vista.
La respuesta es simple (o compleja, según se mire):
Quería sentir la Roma de la historia.
Imaginar la Roma de Nerón incendiada, devastada y reconstruida por él como monumento a su megalomanía. Caminar por la Roma de Julio Cesar, por cuyas calles hacía sus entradas triunfales después de sus conquistas en campañas militares y donde a su vez fue traicionado y asesinado vilmente por sus más allegados. La Roma de Trajano, alegrándome de cómo un español, un sevillano, dirigió los destinos del mayor imperio que ha conocido la humanidad. La Roma de Miguel Ángel y los Papas, para darme cuenta de cómo la religión y el esfuerzo humano nos han legado algunas de más impresionantes maravillas que el arte y la arquitectura han dejado para la historia y la humanidad. La de Mussolini y Berlusconi polémicos políticos amados y odiados a partes iguales por sus compatriotas y coetáneos…
Pero también la Roma de cine.
Quería ver a esa hermosa y voluptuosa Anita Ekberg en "La Dolce Vita" de Fellini bañándose con sensual descaro en la Fontana de Trevi. Esperaba cruzarme con Gregory Peck y Audrey Hepburn bajando apresuradamente por las escaleras de la Piazza di Spagna durante las "Vacaciones en Roma" de William Wyler. Incluso quien sabe, quizá esperaba ser yo quien ayudase a la dulce, encantadora e inocente Alessandra Mastronardi a encontrarse de nuevo con su destino en la "A roma con amor" de Woody Allen. Pero puestos a divagar quizá hubiese sido posible mantener una insustancial charla/reflexión con Toni Servillo en una de sus exóticas reuniones de amigos al estilo de "La gran belleza" de Paolo Sorrentino…
Todo eso y más sentí y viví en la Roma de mis sueños. Pero… a pesar de todo… de las iglesias, de las catedrales, de la plazas, del arte, de la piedra, del bullicio, de la comida... de las romanas... si tuviese que quedarme con algunos momentos especiales…
Tras salir del Vaticano y de la Basílica de San Pedro me encontraba profundamente conmovido por la tormenta de sensaciones que se acumulaban en mí, de modo que ya fuera, en la pequeña oficina de correos de la Santa Sede, compré y escribí una postal dirigida a una persona muy especial que lo necesita. Tal fue la carga emotiva de las breves, sencillas y sinceras palabras que le dirigí que no pude evitar derramar unas lágrimas pensando en la intensidad del mensaje y su reacción cuando la reciba.
Justo antes de atravesar el Ponte Cestio que me trasladó al Trastévere (barrio de pequeñas calles torcidas, casi rotas, empedradas, llenas de apacibles recovecos, y pintorescos locales donde detenerse a comprar artesanía, picar u hospedarse), tuve la fortuna de vivir una cálida e impresionante puesta de sol sentado, solo, en el suelo junto al obelisco de la Plaza San Bartolomeo da Isola en la Isla Tiverina.
Por último, y a pesar de los muchos templos y catedrales que visité, me quedaría, con la misa al anochecer en la pequeña, vieja y casi olvidada iglesia de San Benedetto in Piscinula, cuya música de órgano y sus eclesiásticos (Heraldos del Evangelio) ataviados al modo de antiguos cruzados, consiguieron captar mi completa atención.
Una vez alguien me dijo: "Si vas alguna vez a Roma, haz muchas fotos y también alguna locura". ¿Fotos? Ya me conocen, como Cirano a su nariz, yo, voy pegado a una cámara. ¿Locura? La mayor sin duda abandonarla sintiéndola mía.
Tuve que regresar a Sevilla… que remedio. Los que me conocen saben lo que me gusta caminar, circular, pasear, deambular por la Avenida de Eduardo Dato a ciertas horas y el porqué, pero hacerlo, mientras conduces despacio, relajado ,escuchando Shine On You Crazy Diamond (I-V) de Pink Floyd, de regreso a casa tras aterrizar en el aeropuerto a las 23:30, ha sido el sublime colofón a mi aventura italiana.
Y me he quedado con una curiosa pregunta/impresión en mi interior que a buen seguro ustedes mismos habrán sentido, ¿Cómo es posible que hace unos minutos estuviese en allí, rodeado del seductor abrazo de la historia y ahora aquí, en nuestra maravillosa ciudad? No se trata de una pregunta puramente geográfica sino más bien filosófica: ¿Cómo el presente se convierte en pasado de manera tan asombrosa?
Un saludo, Damas y Caballeros!!!
P.d.: Pero no es la única inquietud: Si Roma ya es pasado… ¿Qué nuevas aventuras, emociones y desafíos me depara el futuro?... No se… pero me gusta lo que intuyo. (Ah, y como siempre, votos y comentarios, pulsando en los enlaces que aparecen un poco más abajo).