Mujer, guerra y cine: La espía roja!!!
Hoy introduzco una nueva variante en este vuestro blog mis queridos lectores. Toca hablar de cine… de cine bélico en concreto, pero no en el sentido estricto de la palabra – espectaculares desembarcos, violentos combates o aguerridos soldados, ¡no! – sino como hilo argumental sobre el que está tejida la trama de la película que les presento. La cinta trata acerca del curioso papel de una especial mujer durante la guerra fría.
Quizá alguno de mis lectores habituales piense que el tema del que les voy a hablar no encaja en la temática a la que les tengo últimamente acostumbrados. Quizá alguno llegue a pensar que me estoy subiendo a esa ola que barre las costas del “pensamiento moderno” haciendo énfasis en el empoderamiento de la mujer – y que tan catastróficos resultados está teniendo para la pacífica convivencia entre hombres y mujeres -.
¡Y es cierto!… surfeo aprovechando la actualidad política y social… de manera accidental, pero reconozco que no les falta parte de razón al pensar así de mí. Tengo varios motivos para escribir este artículo, lo entenderán enseguida:
- Primero, en todo conflicto bélico, los servicios de inteligencia y sobre todo el espionaje han jugado papeles fundamentales a lo largo de la historia de la humanidad. En nuestro caso también durante el desarrollo de la bomba atómica, marco en el que se encuadra la película de la que trata este Post.
- Segundo, el próximo estreno de un film sobre la vida de Robert Oppenheimer, padre de la bomba atómica americana.
- Tercero, la carta que Vladimir Putin ha colocado sobre la mesa de la geopolítica internacional con la amenaza del posible uso de armamento nuclear táctico en el conflicto de Ucrania.
- Cuarto, que había pedido a dos personas relevantes – un caballero y una dama – que colaborasen con mi blog escribiendo acerca del papel de la mujer en la guerra. Estoy decidido a hablar de ello – de ellas – … y – si finalmente aceptan mi propuesta – mientras espero sus artículos – tener paciencia cuesta, las demoras suelen ralentizar nuestros planes – yo mismo vuelvo a tratar el tema.
- Quinto, usarlo como carta de presentación del debate de un cinefórum en el que participo.
- Y sexto, los soldados y, por supuesto, los espías son seres humanos… y tienen sus razones para actuar como lo hacen. Mas o menos justificables, pero las tienen. Precisamente la película que les acerco aborda sus motivaciones en profundidad y, como saben, este blog plantea la temática militar con un claro enfoque humanístico, por lo que la cuestión está servida.
Aviso: Hasta llegar al apartado de conclusiones, el texto que les presento está lleno de spoliers.
Procedamos pues.
Se puede contar mucho acerca del espionaje a lo largo de la historia, pero centrémonos en la época en la que se desarrolla la película…
Tras la Segunda Guerra Mundial, después de un cierto – y muy breve – periodo de reconciliación y hermanamiento entre las potencias vencedoras, comenzaron a aflorar las ansias de poder y las tensiones entre occidente y el bloque comunista. Hasta que estas se hicieron claramente patentes y a occidente no le quedó más remedio que tomar medidas, Iósif Stalin – hábil negociador – y sus servicios secretos se aprovecharon de la pueril inocencia occidental para robar todos los secretos militares que pudieron.
Sus métodos fueron de lo más variado, desde la tortura más salvaje a los más infantiles errores del bando contrario. Como prueba de esto último pongo el ejemplo de cómo se hicieron con parte de la tecnología de aleaciones de los motores a reacción británicos:
Los rusos habían capturado la tecnología de motores a reacción alemanes usados en aviones como los Messerschmitt ME-262 y los Arado AR-234. Basándose en ella desarrollaron el primer avión de combate a reacción ruso, el Mikoyan Gurevich MIG-9. Este era claramente inferior a los últimos desarrollos británicos. Sabían que si querían superarlos debían hacerse con los secretos de sus motores. Así, en aras de la vanidosa hospitalidad británica – y para escarnio del atraso ruso- se acordó una visita de cortesía a la fábrica de motores inglesa Rolls-Royce. Ciertamente, los “invitados” comunistas impresionados no tuvieron más remedio que reconocer la superioridad de sus innovaciones, pero – y aquí viene la “gracia” – mientras paseaban por las instalaciones, en la goma de su botas – especialmente diseñadas – se llevaron adheridas virutas de las aleaciones del metal con las que se fabricaban sus motores. Una vez en la madre patria, los expertos en metalurgia rusos las analizaron y … el resultado es de sobra conocido: El MIG-15, desagradable sorpresa, que dio muchos… pero que muchos… quebraderos de cabeza a los aliados en los cielos durante la Guerra de Corea!!!
La Espía Roja.
¡Jaaa, ja, jajaja!… mucho, me he divertido mucho leyendo las críticas a la película que los aficionados al cine han vertido sobre la misma en Filmaffinity…
Si, correcta, pero… ciertamente – a pesar de que tanto el director Trevor Nunn como Sophie Cookson y, sobre todo, la genial Judi Dench (interpretan a una Joan Stanley joven y anciana respectivamente) hacen lo posible por salvar la cinta – no es una gran película. Coincido con los críticos en que es bastante convencional y que carece de la profundidad que una historia como esa se merece, pero defraudaría a mis lectores si me limitase a hacer una crítica cinematográfica “clásica” – para ello tienen las respuestas que les mencioné antes y otras muchas que a buen seguro pueden localizar en la web –, así que léanme ahora atentamente.
La bomba atómica… ¡Qué cosa! Muchos, muuuchos dudan de que fuese necesario su uso sobre Hiroshima y Nagasaki para precipitar la rendición del ejército japones en la segunda guerra mundial. Mi opinión al respecto es ambivalente, tengo motivos a favor y en contra de lo que finalmente ocurrió.
Japón estaba vencida militarmente, pero… ¿quién sabe cuántas muertes y sufrimiento por ambos bandos hubiese costado la conocida obstinación japonesa por morir con honor matando y la americana por salirse con la siempre con la suya?
De lo que estoy absolutamente seguro es de las horribles consecuencias que tuvo su uso. El terror sin medida, la destrucción hasta niveles inconcebibles de todo y de todos, las consecuencias para vencedores y vencidos, las responsabilidades morales de sus acciones, tanto por haber dado lugar a su uso como por el pesar por las muertes ocasionadas… ¡Ufff! Demasiado peso sobre los hombros de la humanidad, … lo que me impulsa a esperar impacientemente el estreno de la película sobre Oppenheimer padre del artefacto y que ha rodado el afamado director Christopher Nolan.
Estaba claro que un arma tan poderosa podría inclinar la balanza hacia el bando que la poseyese, y guardar sus secretos se convirtió en tarea fundamental de los servicios secretos tanto americanos como británicos que, como narra la cinta, trabajaban en paralelo por convertirse en los primeros es poseerla. Se adelantaron por supuesto los americanos gracias al Proyecto Manhattan. Los británicos por su parte, y como muestra la película, pusieron todo su empeño en alcanzarlos y poseer tan preciada arma. Los soviéticos, que por culpa de la revolución rusa habían descabezado lo mejor de su comunidad científica, tuvieron que recurrir posteriormente a los científicos alemanes capturados y a sus muy eficaces servicios de espionaje – su famosa KGB se crearía años después (1954) de su primer ensayo nuclear (1949) -.
La juventud y la moda… ¡Qué cosas! Es cierto que juventud, moda y mujer son conceptos fuertemente ligados.
La juventud siempre lleva aparejados los conceptos de rebeldía y de transgresión. En la época de la película, la estricta política y moral británicas y el rol tradicional de la mujer invitaban a la juventud a saltarse las normas establecidas y romper barreras. Participar en foros progresistas y aventurarse en las delicias de sexo se convirtió en moneda de uso común en los ambientes universitarios. Reconozco abiertamente cómo la película alaba el mérito de la mujer protagonista en su lucha para ser reconocida más allá de su valor como simple secretaria, papel que en general otorgaba la sociedad a cualquier mujer con “algún estudio”. Ella demuestra ser capaz de mucho más, haciendo sutilmente gala de sus conocimientos científicos en un momento clave del desarrollo del arma nuclear.
En estos días se hace especial énfasis en la importancia del empoderamiento de la mujer, la película es claro ejemplo de ello. Lo demuestra el hecho de que el peso de la acción lo llevan las féminas. Tanto la protagonista Joan Stanley, como Sonya – la espía rusa interpretada por la actriz Tereza Srbova – tienen poderosas razones para actuar como lo hacen, una movida por las alas de la “buena” conciencia y la otra por su fidelidad a la patria rusa. Los hombres son notoriamente personajes secundarios a los que la cinta les da protagonismo circunstancial, siempre a la sombra de las inteligentes mujeres que los circundan. Se trata sin duda de una reinterpretación – tan de moda – de la realidad del pasado bajo el prisma de las corrientes de pensamiento actuales… Dudo que en esa época las cosas hubiesen sucedido tal y como se relatan.
Amor y manipulación… ¡Qué cosas! Cuando uno piensa en espionaje – situémonos en la época, no en la actualidad con sus avanzadas tecnologías -, inmediatamente acuden a la imaginación los dispositivos y las técnicas más sofisticadas: Pinchazos y sistemas de escucha telefónica/radioeléctrica, sofisticadas minicámaras de carrete en miniatura, alguna que otra droga/suero de la verdad y, por supuesto, muuucho alcohol y cama. !Pero no!… La película demuestra que sin necesidad de tanto artilugio la simple ingeniería social y las técnicas control y manipulación basadas en “la mujer” han resultado – y resultan siempre – una de las herramientas básicas, menos costosas y de mejores resultados tanto en el ámbito la recopilación de información de inteligencia y como en la captación de agentes encubiertos. Habla además de dos tipos de mujer – dos tipos de espía -, el alma cándida que se deja manipular y captar, y la perversa falsa amiga de doble cara que maneja la psicología del ser humano como el más afilado de los puñales.
Me pregunto si usar el arma del “amor” de una mujer por un hombre, o de un hombre hacia una mujer, es algo lícito. El amor confunde a cualquiera, bien porque nubla la capacidad de apreciar la realidad, bien porque la pasión desatada hace valorar más al objeto de la pasión que a la traición que supone dejarse arrastrar por sus consecuencias. Como arma de ingeniería social tanto Leo Galich – interpretado por Tom Hughes – el “príncipe azul” de Joan como su futuro marido Max – interpretado por Stephen Campbell – consiguen de ella en primer lugar, que “comprenda y acepte” los argumentos del amante comunista en pro de compartir los secretos militares con los rusos y, en segundo lugar que no confiese la traición a su país; el marido no denuncia a las autoridades la culpabilidad de su amada frente a las acusaciones de revelación de secretos militares con las que él acaba cargando a sus espaldas – estereotipos de la débil mujer corroída por el sentimiento de culpa y del hombre en su eterno papel de protector de las damas -. ¿Cómo se quedan?
¡Qué arma tan poderosa un beso!
Culpa y Familia… ¡Qué cosas! Vivimos en una época en la que todo parece permisible… el concepto de culpa está en extinción, en buena medida debido a una falsa interpretación del término “daño emocional” por el que se pretende evitar el sufrimiento que produce en el infractor el sentimiento de culpabilidad y, por otra parte, debido a esa corriente de pensamiento en la que para casi todo se puede encontrar una perspectiva desde la cual cualquier razonamiento nefando pueda tener cierta lógica. El primer argumento es usado en el mundo de la psicología y el segundo es usado por el mundo de la abogacía para defender hasta al más criminal de los reos.
Al principio de la película la anciana protagonista intenta negar los hechos frente a su hijo Nick – interpretado por Ben Miles -, abogado de renombre, que se niega a creer que su madre hubiese traicionado a su país. Entiendo que nadie en su sano juicio pueda pensar que una mujer, una madre, una “inocente” viejecita, sea culpable de semejante felonía. Pero hacia el final de la película, cuando se hace patente su evidente culpabilidad, al hijo abogado se le derrumba esa imagen idealizada que tenía de su progenitora y, como profesional en ejercicio, se le plantea el dilema moral de si es coherente defender a semejante ser merced al vínculo familiar que lo une a ella.
Es de sobre conocido por todos que Adolf Hitler se suicidó en su búnker en Berlín cuando dio la guerra por perdida… pero me planteo la siguiente ucronía:
Imaginen que hubiese tendido hijos con Eva Braun. Eva – y supongo que también Adolf – probablemente los habría tratado con todo el cariño y mimos de los que una madre es capaz, intentando ocultarles los locos derroteros por los que su padre estaba conduciendo a la nación. Los habría tratado de proteger, probablemente escondiéndolos en alguna granja remota de Baviera a la espera de la derrota final. Allí, apartados de las bombas y de los disparates de la guerra, conservarían un hermoso recuerdo de sus progenitores. Pues bien…. Suponiendo que al final de las hostilidades de alguna manera hubiesen sobrevivido, cuando los hijos hubiesen sido mayores… ¿Cómo mirarían al padre? Y… ¿Cómo justificarían que la madre llegase a enamorarse de un individuo que fue capaz de llevar al holocausto a media Europa? ¿Qué cara se les quedaría?
¿Es el vínculo familiar lo suficientemente fuerte como para perdonar cualquier aberración? En nuestra película… ¿Un hombre de ley, amante de su país – y de su madre -, tendría la serenidad de considerar una posible justificación legal para tan desleales actos? ¿Qué motivos personales lo llevaron al final a optar por defender a la madre? ¿Algún argumento legal, o el peso de la familia? Pero… ¿ y Ella?… Joan, !una mujer!… ¡Una mujer inteligente y formada!… ¿Acaso no se daba cuenta de lo que estaba haciendo o no consideró las consecuencias?… ¿No cometen errores imperdonables?… ¡En fin!…
Conclusiones.
La película, los hechos y la mujer en la guerra dan para todo un libro, pero es hora de ir acabando. No he hablado para nada del vestuario, de la fotografía, de la banda sonora, ni de otros componentes habituales de cualquier análisis cinematográfico. Por el contra, les animo a ver la película… pero… mírenla con actitud crítica y piensen como habrían actuado ustedes en circunstancias similares. Tengo mis dudas al respecto, pero me inclino a pensar en que por mucho que se intente justificar la actitud de los protagonistas y sus decisiones, a buen seguro, estas violarían ese principio universal que se expresa en la frase de Mahatma Gandhi:
«La felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía.»
No les podía dejar sin una última apostilla, ¿eh?
Por otra parte, no dejo de pensar en que quizá Melita Norwood – personaje real en el que está basada la película – tuviese razón. No sé cómo acabó la historia de la figura real, pero lo que sí sé es que desde finales del 45 llevamos un periodo de “cierta” calma – con deshonrosas excepciones – en el que la guerra fría y la amenaza de aniquilación mutua ha mantenido los conflictos “contenidos” y restringidos en su extensión, peeero…
Cierro los ojos y sacudo la cabeza en desacuerdo conmigo mismo… la amenaza nuclear es demasiado peligrosa. De hecho, ahora está sobre el tablero de juego ucraniano… y China, Corea del norte, Irán – aún no la tiene, pero no dudo que la vaya a conseguir – y otros países no creo que se lo piensen demasiado a la hora de usar el arma nuclear.
Todo parece un avispero a punto de estallar… ¿Quién sabe si no hubiese sido mejor mantenerse calladitos y los secretos militares… secretos?
Un saludo, Damas y Caballeros.
P.d.: De nuevo les invito a atreverse a redactar una colaboración desinteresada para ser publicada en este blog… ¡y ser señalados por ella! ¿Se animan?
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El cementerio alemán!!!
Buenos días/tardes\noches de nuevo mis ilustres lectores. !Encantado de verles de nuevo por estos lares!
Como recordarán hace unos meses publiqué un artículo acerca de mi visita al cementerio americano de Luxemburgo, lo titulaba “To all that suffered!!!” – lectura previa necesaria muy recomendada y sin duda complementaria para entender el por qué y el desarrollo de este nuevo artículo -. En él, mencionaba que me restó por visitar el cercano cementerio del bando alemán. Me lo “apunté” para una futura visita… Pues bien, a veces el azar te hace recorrer caminos insospechados – quizá destinados a cruzarse – que de manera accidental acaban haciéndote cumplir esos objetivos a los aspirabas a alcanzar algún día.
Como el Ying y el Yang, como el blanco y el negro, como la cara y la cruz, considero que para formarse una opinión sobre cualquier conflicto – ya sea personal, filosófico, político o militar – es necesario tener en cuenta todas las versiones de las facciones que participan en la cuestión a dirimir. Hilando con el tema de hoy, como ya os di mi opinión sobre la forma en que el Ejército Americano honró a sus caídos, corresponde ahora hacer los honores relatando la inesperada visita que hice al camposanto alemán ubicado a las afueras de Cuacos de Yuste (Cáceres).
Antes les hice referencia a mi artículo previo, no voy a tratar de repetir su esquema, pero evidentemente estableceré ciertas analogías. Pasen pues y lean, aunque… en esta ocasión empezaré por las conclusiones.
Tengo poco o ningún ansia por morir… La vida es a veces dura y complicada… enfermedades, guerra, problemas, pobreza, racismo, contaminación, etc, pero… no me negarán que tiene cosas hermosas… enamorarse, la paz, aprender y progresar, el arte, la familia, los amigos, una puesta de sol, una sonrisa, el abrazo de un niño, … En cualquier caso, tarde o temprano el viaje llega a su fin y a veces – en nuestro texto de hoy, por culpa de la guerra – de la peor manera posible. En esos casos lo que queda de uno puede llegar a acabar en un camposanto similar al que os presento en este artículo.
En contexto.
¡Cuacos de Yuste!, ¿Qué pueblo?, ¿Qué nombre más curioso y/o atípico? ¿Quién diría que guarda tales tesoros como los que cobija?
Fui allí acompañado de personas maravillosas, sin tener muy claro a donde iba ni qué iba a encontrar, simplemente me dejé llevar. La idea: Visitar el Monasterio de Yuste, casa palacio en la que se alojó y murió Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico tras su abdicación. Está situado a las afueras de Cuacos, en la comarca de La Vera, al noreste de la provincia de Cáceres.
Durante el camino desde Villanueva de la Vera a Cuacos, mis acompañantes mencionaron las palabras “cementerio alemán” … Automáticamente vinieron a mi mente ideas como “Guerra civil”, “España”, “conflicto”, “respuestas”, “muerte”, “descanso”, “energías” … y mi “deuda” pendiente con Luxemburgo. Tenía que visitarlo, sí o sí, aunque fuese una visita corta y así se lo expresé a mis tres compañeras de viaje. Aceptaron… quizá no de muy buen grado… pero aceptaron – Entiendo que a nadie se le hace plato de buen gusto visitar un cementerio -.
Impresión.
Estando allí comprendí por qué Carlos V decidió elegir ese lugar para pasar sus últimos días… Situado en las faldas de la montaña, rodeado de luz y de verde, … ya de por si el entorno natural lo hace digno de ser visitado. Enclavado en un emplazamiento privilegiado, el agua, abundante en esta comarca cacereña, junto con las extensas arboledas convierten la zona en un paraje idílico para disfrutarlo en cualquier época del año.
El acceso al recinto, al algo estrecho y nada suntuoso, no permitía adivinar qué se encontraba tras sus puertas. Cuenta con una cuidada arquitectura y un diseño que refleja el estilo propio de los cementerios militares alemanes de la época. Presenta una estética sobria y ordenada, con filas de lápidas de granito que exhiben los nombres, rangos y fechas de fallecimiento de los soldados. Además, se encuentra rodeado por un muro de piedra y cuenta con una pequeña capilla.
Es importante destacar que el cementerio de Cuacos de Yuste es un lugar de conmemoración y recuerdo para los caídos, donde se honra la memoria de los soldados alemanes. No solo es un espacio de valor histórico, sino también un recordatorio de los horrores y las consecuencias de la guerra.
Al llegar allí lo primero que pude ver fue el rótulo de bronce al pie de la escalinata de acceso, con una leyenda que reza:
“En este cementerio de soldados descansan 26 soldados de la Primera Guerra Mundial y 154 de la Segunda Guerra Mundial. Pertenecieron a tripulaciones de aviones que cayeron sobre España, submarinos y otros navíos de la armada hundidos. Algunos de ellos murieron en hospitales españoles a causa de sus heridas. Sus tumbas estaban repartidas por toda España, allí donde el mar los arrojó a tierra, donde cayeron sus aviones o donde murieron. El Volksbund en los años 1980–1983 los reunió en esta última morada inaugurada en presencia del embajador de la República Federal de Alemania en un acto conmemorativo hispano-alemán el 1 de junio de 1983. Recordad a los muertos con profundo respeto y humildad.”
Muy significativo el texto… si lo analizan obtendrán al menos varias conclusiones:
Vigilancia.
Sorprendente… al contrario que en el americano,… ni fornidos guardias, ni vigilantes jurado controlando el recinto, ni altas verjas protegiendo el perímetro, ni doradas águilas alemanas flanqueando la entrada… nada… absoluta libertad… tan solo algunas aves apostadas en las ramas de los árboles cercanos, observando curiosamente a todos aquellos que se acercaban a curiosear, algún que otro visitante ocasional y una anciana – probablemente familiar de alguno de los soldados fallecidos – sentada en un banco a la sombra – Dudo que formase parte del equipo de custodia del cementerio -.
Esa aparente ausencia de supervisión, por una parte, me indujo una clara sensación de libertad, pero me consta que por contra ha permitido en que en más de una ocasión vandalizasen sus lápidas…
El soldado.
Al igual que hice en el artículo sobre el cementerio americano, elegí un soldado en el que fijarme por si en un futuro tuviese la intención de escribir un artículo similar – finalmente esa idea se ha materializado en este post que están leyendo -. Me fijé en varios, también en las lápidas de los soldados desconocidos “Ein unbekannter Deutcher Soldat”, e incluso en la de algún soldado italiano, pero finalmente me decidí por Hans Möeller. ¿El motivo?: Marta.
Alguien, una mujer…. Vaya, … era la única tumba adornada con una hermosa flor – reciente, aún estaba fresca – como presente al fallecido.
He buscado información acerca de él, … también, como en el caso del soldado americano, apenas nada, tan solo que el 24 de marzo de 1943, su avión, un Fw Condor (Wnr. 0192 F8+ER del 7/Kg40) cayó. Los cuerpos de cuatro de sus tripulantes fueron apareciendo en la costa vasca durante el mes siguiente y se dieron por desaparecidos a dos.
Un simple operador de radio, … Hans Möeller fue un simple operador de radio, haciendo su trabajo al servicio del país que lo vio nacer. Pago con su sangre ese trabajo. El paso del tiempo se ha tragado su recuerdo y su vida… Para todos excepto para ella. Para Marta.
Algo muy intenso debe de vincularlos. ¿Qué? Lo desconozco, aunque me gustaría saberlo.
Una preciosa flor, colocada con esmero en un cuenco con una precisa lazada y un dibujo de un corazón atravesado por una flecha – si pulsan sobre la imagen que ilustra este post, podrán comprobarlo ustedes mismos -. Desconozco quien es esa Marta, ni su relación con el caído. Pero estoy seguro de que a él le habría reconfortado la idea de saber que alguien aún lo recordaba y lo honraba de tan bella manera a pesar del tiempo transcurrido.
Espíritu y Energías.
Muy al contrario que en el Cementerio Americano, en la que a pesar de la sensación de profundo respeto todo me pareció una magnífica puesta en escena, pero de clara artificiosidad, salí del cementerio alemán con una sensación de naturalidad, calma y paz interior que me sorprendió.
No sé si fue el entorno… si la cálida luz azul que bañaba el camposanto… si el refrescante sonido del agua o quizá el dulce canto de los pájaros, pero el ambiente sin duda invitaba al reposo y a la relajación.
¿No les he hablado de la compañía con la que acudí allí, ¿verdad?, pero ahora viene al caso. Dos de ellas, personas con una especial sensibilidad hacia todo lo relacionado con la espiritualidad y las energías del ser humano, coincidieron conmigo en la sensación de paz que se respiraba en el lugar.
Me resultó muy curioso lo que me dijo una de ellas al marcharnos de allí.
Pensé que quizá los caídos se encontraban a gusto esa su última morada final, por ello daban su tácita aprobación, y … esa energía… emanaba de la tierra.
Confío en que si alguno de ustedes viaja por la zona y se decide a visitarlo confirme si regresan con la misma impresión que les narro.
Epílogo.
Como conclusión, puedo constatar que el cementerio alemán de Cuacos de Yuste es un apropiado testimonio tangible de la participación alemana en la Segunda Guerra Mundial y representa un punto de interés tanto para aquellos interesados en la historia militar como para quienes buscan comprender el legado y las consecuencias de este conflicto.
Es curioso, … si lo piensan bien, … Tanto el imperio español de Carlos V como el pretendido imperio alemán que Adolf Hitler quiso edificar cayeron. Todos los imperios caen, víctima de sus propias soberbias, estruendosamente, con la dolorosa pérdida de vidas y territorios… Occidente caerá – algo se intuye en el horizonte -, esperemos que no tan estruendosamente como lo hicieron estos y me pregunto:
¡Demasiadas preguntas por contestar!
Probablemente lo haga el mundo islámico – quizá Turquía que está firmemente empeñada en resucitar el Imperio Otomano -. No se andan con inútiles remilgos ni estúpidos buenísimos. China lo sabe y creo que por eso mantiene al pueblo Uigur sujeto con mano firme.
¿Qué opinan ustedes?
Antes de marcharme del lugar, apagué mi cámara Canon, le coloqué el protector de lente, la guardé en su mochila, y me acerqué al banco a la sombra a sentarme tranquilo para echarle un último vistazo al recinto. Me senté, cerré un segundo los ojos, respiré y me quedé un minuto junto a la anciana. Me despedí de ella y me marché junto con mis compañeras.
Al reunirme con mis compañeras comentaron:
– Se te notaba a gusto y cómodo allí sentado a la sombra.
– Si, agradecí la sombra, la suave brisa y que la señora se apartase un poco para dejarme un lado. Quise permanecer allí un momento pensando.
– ¿Señora?, ¿Qué señora? Estabas allí solo, como meditando.
– ¿Solo?, ¿no la visteis?
Preferí, no añadir nada más, simplemente nos marchamos… pero ahora me pregunto qué ocurrió durante ese minuto de soledad, quién o qué era esa anciana que estaba allí junto a mí … ¿lo soñé? ¿un espíritu? ¿Marta?
Morir puede convertirse en el final de todo, pero también hacer eterno el recuerdo de lo que una vez fuimos. Esperemos que los dos bandos hayan tomado nota de lo que ocurrió, y del dolor y la sangre vertida con la que regaron los campos de batalla de una Europa que, como hoy, vive más separada que unida. Estoy seguro de que ninguno de ellos pensaba que se convertirían en recuerdos mudos de los desastres de la guerra – por muy hermosos y simbólicos que sean sus lugares de acogida final -.
Como reza la leyenda de la placa… me despido, de ustedes por hoy y de los caídos del bando alemán por siempre, con profundo respeto y humildad.
Un saludo, Damas y Caballeros.
P.d.: Investigando y documentándome para el artículo – mi agradecimiento a las fuentes – descubrí que justo al lado de la tumba de Hans Möeller, está la de Otto Hartman – se aprecia justo a la derecha de la imagen -, joven comandante de 26 años del submarino U-77 cuya vida y hundimiento está abundantemente documentados, quizá debía haberles hablado también de él, pero no quería extenderme demasiado. Les animo a investigarlo. Nos volvemos a leer pronto, esta vez con un artículo algo más técnico que «filosófico»!!!
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