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Confesiones/crónicas de un internauta asombrado.

4. junio 2018 22:30
by Gunner
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Relato: El reloj de cuco.

4. junio 2018 22:30 by Gunner | 0 Comentarios

Acababa de tener una disputa doméstica. ¿Sabrán lo tensas que pueden llegar a ser, verdad?, mis muy considerados lectores. Cada uno tiene su válvula de escape para capear ese tipo de temporales. Yo... decidí apartarme dándome una baño relajante. Me puse la radio, llené la bañera con agua caliente y espumoso gel de aloe, y me abandoné a la espera de ir moderando paulatinamente mi nivel de estrés. Siempre intento pensar en algo bonito para combatir los momentos de frustración, y allí, sumergido en el vientre cálido de la bañera, recordé que un mes antes había realizado un maravilloso viaje a Marruecos llevado de la mano de un auténtico Caballero. Funcionó, claro que funcionó, poco a poco reconsideré la causa de la desavenencia rebajando su importancia y pensé: "joder, que complicado es esto, casi tanto como los engranajes de un reloj de..."

El resto... pasen y lean:

   

Era noche cerrada, ventosa, fría y húmeda.

El mar picado golpeaba con fuerza el muro de defensa del puerto de Asilah. La sal del mar flotaba en el aire y se pegaba a los restos de alumbre, con que un barbero local había cicatrizado las pequeñas heridas que me produjo mientras, con pulso irregular, cercenaba mi largamente cultivada barba, cristalizando bajo los poros de mi piel e irritándome los pequeños cortes realizados durante el afeitado.

En mis oídos aún resonaban los ecos de los cantos poéticos Malhoun que acababa de escuchar sentando discretamente en el patio del Café Zarirq, donde tuve la sensación de estar asistiendo a una ceremonia secreta donde antiguos señores árabes ensalzaban el valor de sus guerreros, la belleza de sus mujeres o la fé en sus creencias.

Veinte hombre modestos pero orgullosos, vestidos con coloridas chilabas, alrededor de una vieja mesilla baja alargada, pintada de color añil.

- Lalararara, lala, rara… pabum, pabum, traaam… ñeee, ñeeeisss, ñaaaa… pabumm, pam, paaam… sirrriiisss, sirriiiss, siiiaaaahh -

Uds, Neys, y Darbukas, envenenado mis oídos con sonidos llenos de magia y encantamientos. Si hubiese sido serpiente, con toda seguridad no hubiese podido evitar que mi cuerpo oscilase siseando acompasadamente al ritmo de esa embriagadora música que aquella noche ventosa aún arrastraba a mis oídos.

Esa misma mañana, merced a un simple afeitado, había pasado de ser un cansado nómada bereber de prominente barba, a un simple occidental merodeando solitario por las calles de Asilah.
Tras salir de la barbería, curioso, me adentré por una cercana calle, caminando a través puerta de ladrillo blanco coronada por un arco de piedra con aspecto de estar a punto de ceder. Lo hice atraído por el sonido del golpeteo de lo que parecía el un martillo de un herrero.

Soy relojero y arreglo cosas, y al llegar a la fuente del sonido - es curioso este relato va de relojes… y parece que está yendo de sonidos… ¿a donde me llevará este texto? - en lugar de un herrero golpeando un yunque - como supuse - para enderezar el forjado de una de esas rejas carceleras árabes tan típicas en la ciudad, encontré a un viejo de piel oscura y agrietada golpeando lo que parecía una rueda dentada doblada y deformada en uno de sus ejes. Junto a él, un reloj a medio reparar, un reloj de cuco suizo... un gastado y añejo reloj de cuco, arañado, sucio, una máquina sin vida, con un cuco sin vida y sin sonido. - ¿de nuevo, el sonido? -.

Miré al anciano, el anciano me miró, miré sus manos, el observó como me fijaba en el objeto que sujetaba, y sin mediar palabra me señaló, asiendo la deforme rueda dentada, al sombrío reloj.

No entendí lo que dijo, pero lo entendí perfectamente… “No funciona… la culpa es de este engranaje… Uno de sus brazos se ha roto y trato de enderezarlo”.

Es curiosa a veces la comunicación entre desconocidos. No deja de sorprenderme, como a veces una simple mirada y apenas un gesto, e incluso unas palabras indescifrables en otro idioma, en el contexto adecuado!!!… asombroso… los dos nos entendimos perfectamente.

No se nada de árabe, pero haciendo acopio el escaso francés que conocía le pregunté:

“Combien pour l'horloge cassée?”

Y el respondió:

“¡dix mille dirhams!”

Pensé que hacer; reflexioné, y en ello, intenté rascarme la barbilla buscando escuchar el típico “ras, ras, ras” que se producía al frotarme la barba con las yemas de los dedos, sin acordarme que ya había desaparecido. Estaba tan concentrado en lo que significaba para mi ese reloj, que olvidé completamente el resto de mi cuerpo.
Regateamos, como es obligado allí, y, acabe consiguiendo ese ajado reloj por apenas mil dirhams.

Siempre, desde pequeño tuve pasión por los relojes, ese rítmico, tic, tac, tic, tac – sonidos- . Esos intrincados mecanismos. El brillo de sus engranajes, la complejidad de su ingeniería, el apenas apreciable giro de sus mecanismos, la leve presión de sus muellecillos, la aparente lentitud de su movimiento… y el inexorable paso del tiempo, contado a ritmo de un suave y casi inaudible "tic, tac, tic, tac, tic, tac".

Todos los relojes son aparentemente iguales, varían en el detalle, el tamaño, el material, el cristal de la esfera, la longitud de las agujas, la precisión de su mecánica, etc. pero en esencia, todos hacen lo mismo: Medir como el tiempo nos alcanza, nos rodea y nos pasa de largo.
Pero de entre todos sus tipos, si hubiese tenido que decantarme por alguno, sin duda el cuco sería el rey de los relojes. No son una simple máquina, son eso y mucho más, son, casi una pequeña obra de arte. No me pregunten porqué, pero desde siempre, me derretía al ver como un pequeño pajarillo aparecía asombrosamente del oscuro interior de sus entrañas, cantándome con un corto mágico trino el sonoro paso del tiempo. Una y otra vez incansablemente, con la armonía de la eternidad – sonidos de nuevo-.
De pequeño me quedaba embobado, con miranda fija, la barbilla apoyada en la mesa y los ojos clavados en la puertecilla del cuco, esperando las horas muertas hasta escucharlo de nuevo. Poco a poco al hacerme mayor y posteriormente por conversaciones con otros maestros relojeros, comprobé que no había nada más mágico para nosotros que ese momento en el que calladamente observábamos cómo tímidamente el cuco asomaba la cabecita por la portezuela de su cubículo y, temeroso de que iba a encontrarse fuera, con valor y arrojo, salia al exterior y entonaba su obligado recital de eterna caducidad musical.

Bajé de las nubes, volvía a la tierra y llegué, por fin, helado y aterido a la habitación del riad donde me alojaba, pensando como camuflar mi calamitoso “ciento volando” para llevarlo a casa y convertirlo en un “pájaro en mano”.

Protegido y embalado en papel de periódico atado con un cordel de esparto, el paquete pasó la frontera de Ceuta como un vulgar sobrevenir de coleccionista sin más problemas. El guardia civil que lo examinó, a agitarlo escuchó el golpeteo de los engranajes sueltos – Crok, clink, chak, crick – sonidos y más sonidos – y pensó:

“Otro turista timado” – Si hubiese llegado a entender el valor que una ilusión es capaz de generar en un hombre apasionado, lo habría agitado con algo más de delicadeza.

Ya en Sevilla, en mi pequeño taller de relojería de la calle Jesús de las Tres Caídas, lo desempaqueté con cuidado, y dejándolo sobre la mesa de trabajo, lo examiné con detenimiento para establecer hasta que punto podría ser complicado repararlo.

Me pregunté: “¿Lo mantengo así, de muestra, en su estado actual como simple elemento de exposición?”

Para determinar la respuesta decidí iluminarlo con más claridad y encendí el flexo que había sobre la base giratoria donde lo había depositado. Lo giré a derecha e izquierda varias veces. Examiné su interior y el estado de sus engranajes con mis gafas de aumento de relojero. Sobre mi mano evalué el estado de la rueda dentada doblada…

- ¡Ufff, mucho trabajo sin dudad!. ¿Merecera la pena? -.

Arreglo cosas, arreglo almas rotas, ajusto corazones arrítmicos, devuelvo el alama a quien la ha perdido, y recordé que el alma de un reloj de cuco está en la vida de su cuco, y que aunque solo fuese para disfrutar de un instante de su música celestial, merecería la pena.

“Manos a la obra.” – Me dije.

Primero desmonté con exquisito cuidado los listones y tablillas que formaban la reseca caja de madera.
Quedó el esqueleto de metal desnudo, mostrando las intrincadas entrañas metálicas de su mecanismo. Fue hermoso observar como la desnudez de su alma mostraba el lado más humano del diseño de su cuerpo.

Apenas había arañado unos días de mi vida trabajando el dársela a aquella sofisticada pieza de artesanía.

- Tic, tac, tic, tac, TROK - "¿Porqué se bloquea, el mecanismo?" - Pensé.

Usando un aerógrafo de aire comprimido y soplando con suavidad una mezcla de grafito en polvo, limpié los restos de óxido que los años de plana quietud habían depositado sobre la piel de sus mecanismos. Poco a poco su cuerpo empezaba a resplandecer refulgente a la luz del flexo que lo iluminaba desde arriba.

Cambié el cuero cuarteado del fuelle del mecanismo que, con su vaivén, hacía ulular el mágico sonido de la dulce voz del cuco.

- Tic, tac, tic, tac,... TROK - "Soy capaz... puedo conseguir insuflarle aire".

Limpié con una gamuza jabonosa el cristal mineral y repinté de negro obsidiana la esfera del reloj, dejando bruñido los dígitos de cobre que marcarían el correr inexorable del tiempo.

- Tic, tac, tic, tac,... TROK - "Falla de nuevo, no pienso abandonar".

Finalmente usando un martillete de teflón, con delicadeza, golpeé hasta ajustar con el calibre el doblado engranaje de la corona que, por su giro de constante inercia, constituía el corazón del anima del pulso del reloj.

Semanas de trabajo…

Por último tras encajar el corazón en su cuerpo, lubricar el resorte de acero del muelle de carga en su barrilete brillante dorado, eché un último y casi erótico vistazo a lo que hasta hacia poco era una máquina de cuerpo inerte.

Concluí volviendo a vestir ese cuerpo desnudo con las vestiduras de su caja de madera, ya debidamente descascarillada, pulida, y barnizada para darle el esplendor de un vestido de gala.

Allí lucia en su expositor; esa hermosa dama de color caoba. Primorosa, bella por fuera, e inmaculada y brillantemente ajustada y afinada por dentro. No podía evitar sentirme orgulloso del trabajo realizado, del esfuerzo, del mimo y del cariño con el que le dediqué parte de mi tiempo para conseguir ese momento que tanto ansiaba ver; ese alma revivir, ese animalillo brincar de su oscuridad… ese trino surcar el aire. Casi parecía ansiosa de querer brindar su esencia a los ojos de quien le había devuelto su esplendor y al rítmico transcurrir del tiempo.

Di cuerda al reloj, y esperé pacientemente cuarenta y tres minutos, a que la aguja alcanzase la hora exacta…



Y “se hizo la luzzz”. Allí estaba... esa pequeña avecilla de claros ojillos de marfil blanco, aleteando, feliz, emitiendo su sonoro y placido “Cu, cu… Cu, cu… Cu, cuuu”. Impresionante, quéee sensación…

Se cerró la puertecilla de la casita del pajarillo… el tiempo se detuvo – ¡increíble!, el tiempo se detuvo… - y volví a mi infancia, a sentirme por un instante ese niño ilusionado, que por haber esperado pacientemente, había recibido ese ansiado regalo que tanto deseaba y que recompensaba a todos los que le rodeaban, con esa sonrisa de pureza indescriptible que solo los niños saben brindar.

Pasó el momento. Los engranajes del tiempo siguieron girando, me senté, relajado y satisfecho, estirando los brazos con las manos unidas tras la espalda, y me quedé allí en el taller, reclinado sobre el respaldo de mi viejo sillón, escuchando, fruto de mi esfuerzo, el mecánico rumor de los engranajes del reloj funcionar.

- Tic, Tac… Tic, Tac… Tic, Tac… Tic, Tac… -

El sonido de la vida, el de mi corazón al latir...

Dejé el tiempo correr, y ahora si, recuperada, volví a frotarme la barba – Ras, ras, ras -. Tengo que volver a afeitarme – Pensé -.

Fin.

   

Días más tarde, en una cena improvisada en casa de un conocido, surgió entretener a sus hijos relatándoles historias... casi todas algún cuento conocido. Yo en cambio dije:

- "Os voy a contar uno que me he inventado".

Conociéndome, el anfitrión preguntó:

- "¿Qué, es autobiográfico?" - No respondí.

Les esbocé el relato. Al terminar pensativos, sus hijos me preguntaron qué significaba el cuento, y les dije:

- "Pues muy sencillo, para mí el cuento del relojero y el cuco es como la vida y el amor. Al imaginarlo pensé en las relaciones de pareja y como trabaja uno para mantenerlas a flote. Llegan a veces casi por azar, las haces tuyas, parte de ti, consideras el esfuerzo que te supondrán, y... trabajas duro, muy duro, para conseguir esa felicidad que te dan los pocos momentos de ternura que vives junto a ella... ¡Vamos, como el relojero cuando por fin escucha en cuco cantar!".

El anfitrión, se calló hizo un ceñudo gesto de aprobación y reflexión, y dijo: "Eso tengo que verlo escrito"... (suelo cumplir lo que prometo, puede que tarde... pero suelo hacerlo)

¿Que opinan?... Venga, opinen, protesten, ríanse, lloren, pero hagan algo!!!

Un saludo, Damas y/o Caballeros.

P.d.: Dedicado, al árabe caballero, al anfitrión de la cena y, como no, a la Dama de la disputa. Fotografía cortesía de J. Guslab Relojeros.  Y como siempre, votos (abajo, pulsando sobre las estrellitas) y comentarios pulsando en el enlace a la izquierda del título, gracias.

Surprised

30. octubre 2016 14:19
by Gunner
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Relato: El arbol que quiso ser Humano.

30. octubre 2016 14:19 by Gunner | 0 Comentarios

¿Puede un relato de título tan bucólico estar lleno de dolor, esperanza, complejos sentimienos, e ilusiones perdidas?... "¿Quién sabe?" ¿Acaba bien... ó acaba mal?... "Tendrás que esperar a leerlo", fue la respuesta que di a la joven dama a la que le esbocé el comienzo susurrándoselo suavemente al oído mientras acariciaba lentamente el borde de una taza humeante de café al preguntarme por ello. Creo, que si leen de nuevo el título algo puede intuirse, aunque por otra parte tooodas las fábulas contienen algún tipo de reflexión y enseñanza para quien lo lee. ¿No?. Si les ha intrigado mi propuesta al menos una pizca, les invito, mis selectos amigos, a que pasen y lean este cuento con el que rompo mi letargo bloguero más de un año.

   

En un remoto país atravesado por un río con forma de Anaconda, había, hace mucho tiempo, un gracioso árbol, de largo cuello, cabeza rechoncha y pies profundamente hundidos en la tierra. No era un árbol como los demás árboles, era un árbol perdido y solitario en medio de un enorme bosque de árboles. Los demás arboles eran altos y esbeltos, de finas y estilizadas hojas mecidas por el viento, de portes elegantes, distinguidos, distantes y casi con cierto aire de superioridad; en cambio él, bajito, no mucho pero bajito en comparación, era de copa redondeada, pero ramas fuertes y cargadas de hojas grandes como palmas de la mano. Se encontraba allí, raro, pero allí, y se preguntaba cómo había acabado en ese lugar al que claramente no pertenecía.

Pero precisamente en ese lugar atípico, casi en la frontera donde el bosque se convertía en pradera, allí donde se encontraba, tenía algo de lo que los demás carecían: Una graaan y tupida sombra, que protegía a los nativos del calor en verano y de las torrenciales lluvias del otoño. En los períodos de incubación en sus ramas anidaban exóticas aves, en primavera los amantes solían sentarse bajo el a hacerse eternas promesas de amor, en verano las familias colgaban hamacas bajo sus brazos ("Tanto peso bajo mis brazos...ufff", - Si, él mismo reconocía que se asustaba mucho cuando lo hacían), y en otoño, aquellos amantes arañaban la dura y áspera piel de su tronco garabateando palabras de amor y promesas de fidelidad ("¿cuánta dulzura?" - Pensaba él). En invierno... pasaba frio - como todos -, muuucho frio (a ver, ¿quién dice que un árbol no pueda pasar frio y lo tenga que soportar estoicamente por el hecho de ser un simple árbol?). En fin, los veía gozar, los veía reír, los veía disfrutar, sentía como cosquillas los trazos en forma de corazón con que arañaban su tronco, e incluso a algunos, los veía llorar; lágrimas algunas de alegría y otras de inmensa pena. Lo rodeaba un mundo de emociones  que los humanos sin quererlo o sin saberlo involuntariamente compartían con él; y por ellas los envidiaba, secretamente ansiaba saber que pensamientos albergaban sus mentes, qué pasaba por sus corazones y qué sentían sus almas.

Y un día al anochecer, en una noche de eclipse, de esos raros eclipses que ocurren muy de cuando en cuando, en el que la luna se tiñe de rojo pasión, levantando como pudo el haz de sus hojas y agachando ligeramente su copa a modo de súplica le habló a la luna menguante:

 - "Oh luna que me acompañas todas las noches, que haces brillar mis hojas con tu luz de plata, y que vigilas el sueño de todos los animales de la selva, por favor concédeme un deseo: quiero ser humano... aunque solo sea por un instante".

Y como sabe que todos los deseos tienen un precio añadió:

 - "Si me lo concedes, te prometo que creceré, creceré y creceré, esparciré mis semillas y haré que mis hojas y las de mi prole conviertan poco a poco el bosque en un enorme cristal y reflejen aún más la belleza de tu luz, seremos el espejo en que te mirarás desde allí lejos donde orbitas, y que una vez caídas con sus restos se fertilice el suelo, para que el bosque crezca sano y frondoso en tu honor".

Y se esforzó esperando ver su promesa realizada. Cumplió su parte, floreció, creció y floreció y creció, y brilló de noche... muchos, muchos años... muuuchos años...

Pero poco a poco con el tiempo y comprobando en sus maderas que su petición no se cumplía esa ilusión se disipó y... acabo por desaparecer. Como consecuencia, dejó de sonreír a la luna, sus hojas se marchitaron, y poco a poco fue sumiéndose en una profunda depresión que debilitó su largo cuello y secó sus ramas, por lo que al ver su decrepitud los nativos dejaron de acudir a su alrededor y cobijarse bajo sus ramas... (ufff, que mal lo estaba pasando)

Pero no acabaron ahí sus desgracias, pues para complicarlo aún más una empresa maderera comenzó a talar el bosque. Vio como gran parte de su abundante prole, desapareció víctima de las afiladas cuchillas de las motosierras, y para más desesperación y dado su lamentable estado el mismo sufrio ver como que era seleccionado para la tala, sentir como era arrancado del suelo y como sus raíces quedaban abandonadas, yermas de la tierra que hasta ese momento había sido su hogar...

Mientras estaba siendo transportado en la parte de atrás del camión hacia la serrería junto a otros troncos cortados con los que compartía destino, se consoló pensando:

- "Al menos usarán mi madera para crear bonitos y prácticos muebles con los que decorar la casa de alguna familia humana." - Y allí fue depositado junto a otros viejos troncos a la espera, como mal menor, de ser troceado y quizá acabar en el salón de alguna casa en la que compartir el resto su existencia con los seres humanos.

Pero pasaba el tiempo y veía entrar jóvenes y fuertes troncos en el aserradero. Uno tras otro los veía salir convertidos en listones, en tableros, en largueros, en tablillas, en paneles de chapa, pero él se iba pudriendo poco a poco víctima de las polillas, las ratas y la intemperie. Su desesperación y su impaciencia se acrecentaban por días y días hasta que finalmente se dio cuenta que su madera estaba tan roída y carcomida que sería inútil usarla para algo productivo.

Tan solo rezaba (si es que un árbol le está permitido rezar) por no acabar sus días en una inmensa candela de viejos troncos...

¿Qué curioso me muevo?- Se despertó un día por la mañana alzado por una inmensa y oxidada grúa que lo levantó sin miramientos y lo dejo caer sin contemplaciones en la cinta transportadora que lo conducía a la negra, profunda y descorazonadora boca de una trituradora de madera, dónde sabía a ciencia cierta que sería triturado y machacado inmisericordemente hasta alcanzar un tamaño en el que su esencia de árbol desaparecería.

Gritaba desesperado con lágrimas de serrín, sus esperanzas, sus ruegos a la diosa Luna, su sueño de humanidad... todo... todo perdido... todo sin sentido... Cerró los ojos y se dejó triturar mientras sentía como el metal devoraba su carne de madera y su cuerpo era hecho añicos.

Terrible... cuanto sufrimiento, cuanto dolor, cuantas esperanzas frustradas, cuanta ilusión desesperada... sin duda sentía que no lo merecía, que un árbol de provecho y corazón como el suyo...

- Luna, ¿dónde estás ahora?, ¿y mis promesas cumplidas?, ¿dónde está tu magia?, ¿dónde está ese poder por el que todos te admiran?... Piedad, piedad, piedad... -  Gritó y gritó mientras los rodillos lo amasaban, mientras sus restos eran sumergidos en un líquido corrosivo que acabo disolviéndolo, mientras lo convertían en pasta de papel... su vieja madera no servía para otra cosa.

Acabó sus días en el supermercado convertido en un paquete de pañuelos de papel en las estanterías una pequeña tienda de desavío cerca de la entrada de metro de Golders Green, en la periferia de Londres. Allí, una delgada joven universitaria, de salud delicada, algo resfriada, pelirroja, de tez blanquecina y pecosa carita lo compró junto con una unas tabletas de chocolate al regaliz y una botellita de agua. Tomó el metro hasta Hyde Park y se reunió con ese chico con el que soñaba por las noches mirando a través de los cristales de su habitación a la romántica Luna que alimentaba su joven espíritu de mujer.

Y alli sentada en una tumbona al sol de un curiosamente soleado atardecer londinense, la chica recibió su primer beso, un beso puro, de amor auténtico, el culmen de todos sus ruegos.. - quéee primer beso - . Abrió su corazón en canal con tanta fuerza que de sus ojos brotó un bellísimo reguero de lágrimas de emoción; esas lágrimas que contienen el extracto puro de las más intensas y hermosas emociones que ningún corazón humano pueda albergar; esencia de vida, esencia de emociones, sentimiento en forma líquido lloro.

Sacó un pañuelo de su bolso, y se secó las mejillas y los ojos... Y de repente amigos... ¿qué pasó? ¿Cómo ha sido posible?... Las lágrimas de la Dama rozaron sin querer los últimos restos de la esencia del árbol... y por un instante, nuestro querido árbol... pudo sentir... Pudo sentiiiiiiiiir. Y comprendió.

La Luna mostró una tímida sonrisa y, fijáos bién al mirararla, desde entonces la lángida expresión de la luna llena parace algo menos triste. Y los hijos del ya nuestro árbol crecieron esplendorosos hasta cubrir el país, donde todas las noches siguen alzando sus hojas como un inmenso espejo.

Fin.

 
   

Ni yo mismo se como calificarlo, ¿es esperanzador o dramático?, ¿qué opinan ustedes? Lo dejo a vuestra sabia elección. En cualquier caso está dedicado a esos lugares y personas que llenan mi vida con momentos que recordar, siempre son especiales y ell@s lo saben.

Un saludo, Damas y Caballeros!!!

P.d.: Y como siempre, votos y comentarios pulsando en los enlaces anexos, gracias.

Smile